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Cruce de Frontera: Croacia / Hungría

Llegué caminando a la frontera y de inmediato dos oficiales me cayeron encima.

- ¿Para dónde va? ¿De dónde viene? ¿Que estaba haciendo en Croacia?

- Pues nada, estuve unos días en Osijek, en un festival de arte. 

- ¡Pasaporte! - Y se lo entregué.

- Costa Rica. ¿Costa Rica? ¿No necesita visa?

- No que yo sepa.

- Venga conmigo.

Le seguí hacia la estación de policía en compañía del otro oficial y luego de un rato me indicó que tomara asiento. En pocos minutos me vi rodeado de más oficiales y de algunas personas que pasaba de una oficina a otra. Me miraban con el rabo del ojo, como queriendo adivinar que menesteres me habrían traído a esa frontera, de que nacionalidad se pintaba mi rostro y de que bandera vestía mi modo de andar. Pero no lo supieron, incertidumbre fue lo que les quedó.

- A ver, saque todo lo que tenga en la mochila. ¿Porta armas, drogas, alcohol, cigarros? ¿Algo para declarar?

- No señor, no tengo nada.

- A ver, saque todo y póngalo sobre la mesa.

Un par de pantalones sucios, tres camisetas, un saco de dormir, algunos recuerdos y tres libros maltrechos; los puse en la mesa. Rebusqué para sacar las sandalias, una bufanda turca y mi cuadernillo de apuntes entre otros objetos menores. Palpé la mochila para revisar que fuera todo y alegremente le dije "¡listo!".

- ¿Está seguro? ¿Está seguro que no porta marihuana? Si tiene un poco no hay problema. No pasa nada, mejor me dice a mi, porque en Hungría si sería un problema muy grande.

- No señor, no tengo nada.

- ¿Está seguro?  Un purito no hay problema. 

- Pues lamento defraudarlo, pero de verdad no tengo nada.

- Bien, venga conmigo.

Señaló una puerta y entramos; se trataba de un salón de conferencias. Solicitó que me pusiera contra la pared y que abriera las piernas. Registró mis brazos, pecho, estómago, cintura, los bolsillos, piernas, rodillas, tobillos y luego mis pies. Noté como se llenaba de desilusión. 

- Lo siento, es parte de la rutina, entenderá usted ¿no?

- No hay problema ¿Me puedo ir ya?

- Todavía no. Siéntese por favor. - Me senté y luego de unos minutos regresó el tipo y me dijo - ¿A tenido usted problemas con la policía?

- No para nada.

- ¿Seguro, algo con el registro?

En ese momento entendí para donde iba la conversación. ¡Claro! - Pensé. - Ya me habían cobrado una multa por no registrar mi domicilio. Y así se lo dije, pero también aclaré que según aquel oficial, no había necesidad de registrar mi domicilio si se permanecía en el mismo lugar menos de 10 días, por lo que esta vez no había infringido la ley; llevaba apenas 7 días en el país.

-¡No! - Exclamó el tipo algo alterado luego de mi explicación. - Es más, tiene que pagar el doble por que es la segunda vez que comete la misma falta. Le vamos a hacer una multa por 1200 kunas. 

- ¡Pero esto no es posible! - Le reclamé algo molesto. - ¡Llevo apenas 7 días en el país!

- Lo siento, va a tener que pagar la multa.

- Pero no tengo esa cantidad de dinero.

- ¿Cuánto dinero lleva? A ver, póngalo todo en la mesa.

Busqué en mis bolsillos y en mi porta documentos. Tenía un billete de 50 kunas, tres billetes de 20 euros y algunas monedas. 

- Esto es todo.

- Mmm. Muy bien, acá está el gran jefe. Hablaré con el para ver si podemos darle la multa por la mitad del monto. - Decía mientras señalaba una oficina al otro lado de la sala. 

En ese momento decidí que no le seguiría el juego. Dejé que se fuera y tomé el dinero pues sentía una gran falta de seriedad en esa oficina; pensé que serían capaces de robarme inclusive. Algunos minutos más tarde regresó el oficial.

- Va a tener que pagar las 1200 kunas.

- Muy bien, pues yo no voy a pagar nada hasta que no me muestre la ley que estoy violando. Quiero ver ese documento o si no, no pago nada.

- No es que es muy sencillo, o paga o va para la cárcel arrestado. - en ese momento cruzó los brazos en señal de que me pondrían las esposas.

- ¡Está bien! Lléveme a la cárcel entonces.

- Si pero va a tener que esperar tres días, mientras se formaliza el juicio. No es rápido.

- No tengo prisa. Eso si, me gustaría hacer una llamada.

- ¿Tiene teléfono? Acá no se puede, nuestros teléfonos sólo sirven para llamar de una estación a otra. 

- ¿No puede ser? Bueno, pues en la cárcel habrá teléfono ¿no? - El tipo se puso algo nervioso y se retiró. - Voy a hablar con el jefe - dijo, y ahí me quedé esperando como una hora. Mi estómago se mezcló de malestar, una mala combinación de hambre y cólera. Me levanté y entré en la oficina del gran jefe; un tipo algo bajo, con cara de burocracia y un sombrero más grande que su cabeza para prestarle autoridad.

- ¿Puedo hacer una llamada o no?

- ¿Cómo se llama la persona que quiere llamar? - Preguntó el gran jefe en croata y su compañero tradujo en un inglés algo vergonzoso. Tomé un papel y escribí el nombre y número de teléfono de mi amiga.

- Aquí tiene. Se miraban y hablaban en su lengua. Revisaron la base de datos y alcancé a ver la foto de mi amiga en su computadora. Luego de una pausa uno de ellos dijo:

- Bueno pues hemos decidido que vamos a hacer una excepción con usted. Se puede ir.

- Gracias - eso dije, pero en mi mente rebotaban otras palabras menos hospitalarias. Y al mismo tiempo pensaba, que policías más ingenuos, autorizándome para hacer lo que nunca lograron prohibirme. 

Tomé mi pasaporte y me fui aliviando, aunque una vez más me encontraba en la tierra de nadie; con un sello de salida en mi pasaporte pero igual en ningún país. Llegué a Hungría solo para que me miraran con sospecha otra vez, ya casi como una rutina.

- ¿Por qué tiene miedo?

- ¿Miedo? No señor, no tengo miedo. Me siento bien.

- Pero está temblando.

- Bueno, ha de ser de tanto caminar y que traigo un poco de hambre. - No parecía muy contento con mi respuesta y mientras revisaba mi pasaporte de reojo veía mis manos y mis pies que al parecer temblaban, a lo mejor si, pero yo no me enteré.

- Sigue temblando ¿Tiene miedo?¿Qué esconde?

- No nada señor, no tengo nada. Si quiere revisa - Le dije algo obstinado pues la pinta de narcotraficante me empezaba a cansar.

- Vamos a traer a los perros ¿Tiene drogas, armas, cigarros?

- No, nada.  

Y una vez más, me llevan a un área aparte para iniciar la revisión de mi mochila. Saqué todo y con calma esperé mientras el oficial con capacidades para oler el miedo realizaba la pesquisa más meticulosa que haya visto en mi vida. Yo me aburría y no sabía que hacer con mis manos; las cruzaba al frente, me rascaba la cabeza, las metía en los bolsillos, las llevaba atrás de la cintura, luego una arriba y la otra abajo, pero cada vez que lo hacía el oficial me decía, -"Ponga las manos donde pueda verlas". - "Si claro, como usted diga". -"¿Tiene miedo?" - " No, no, miedo no, un poco de hambre nada más".

Revisó cada página de los libros que traía. Como si uno fuera capaz de esconder drogas entre las letras; armas si, pero de eso no se habría dado cuenta. Luego revisó mi ropa, hasta la que estaba sucia, una por una; abrió el champú, lo olió; revisó el jabón, la pasta de dientes y así hasta encontrar una bolsa con recuerdos. La tomó con cuidado pues a primera impresión y con algo de imaginación se podría decir que era una bolsa de marihuana, pero no.

- ¿Y esto? ¿Qué es?

- ¡Ah eso! Pues son Dinars de Yugoslavia. Un pequeño souvenir nada más.

- ¡Ja! ¡Yugoslavia! Eso ya no existe.

- Si claro, ya me enteré.

Y como que le dio ganas de recitar todos los países que se habían formado pero luego de mencionar los dos vecinos se enteró de lo patético que sonaría. La inspección continuó en silencio. Tomó esto y lo otro, tocó aquí y allá hasta que finalmente se dejó vencer. Hizo que me levantara los pantalones para comprobar que no llevara nada amarrado a las piernas.

- Bueno, disculpe, puede recoger todo y seguir. Aquí está su pasaporte.

Sentí una necesidad incontenible de regalarle mil improperios, con lazo y hermosamente decorados, pero a lo mejor la mirada bastó. Al fin de cuentas, el día en que los narcotraficantes viajen de autostop, de verdad que el negocio se habrá jodido.


--
Pedro Acevedo.

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