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Mostrando entradas de 2015

Agujas

Estoy sentado en una banca desde donde puedo ver las hojas caer. Sí, es verdad, es noviembre; esa época del año cuando las hojas multicolor se vencen ante la gravedad y bailan hermosamente hasta abrazar el suelo. Aquí estoy sentado, más por pesar que por agrado. A mi izquierda hay una mujer que sobresale entre la multitud, con una sonrisa agraciada y unas pestañas casi tan impresionantes como su ojos. Su boina roja resalta entre la multitud de abrigos negros y se confunde con las hojas otoñales, sus cabellos castaños se asoman tímidamente y acarician sus hermosos pómulos, sus manos tersas apenas se ven entre sus prendas y sus piernas imponentes producen una música sensual con cada paso. A los largo, la luz del sol se abre paso entre las nubes y derrama rayos cálidos sobre todo aquello que se atreve a interrumpir su trayectoria,  el viento, con algo de prisa y algo de calma, agita todo cuanto  puede en su viaje sin retorno, los cuchicheos de temas y lenguas ajenas se mezclan con los pas

Armenia

Ayer, 24 de abril, se celebró el centenario del Genocidio Armenio y yo por mi parte celebro apenas 4 años de saber que eso pasó. En la escuela no lo vimos, en el cole menos. Y peor aún, cuando llevé historia en la universidad tampoco se tocó el tema. Vaya vacío, que nadie hablara del primer genocidio del siglo XX. ¿Es normal? Que sepamos tanto de Mesopotamia, tan lejana en el tiempo, y tan poco de Armenia, tan presente y relevante. Y es que luego tuve la dicha de ir a Turquía y de ahí a Georgia y nadie me dijo nada tampoco. En realidad empecé a descubrir mi ignorancia conforme descubría el país mismo. Recuerdo como si fuera ayer el primer pie que puse en Armenia. La frontera estaba vacía, la gente curiosa pero reservada. Era yo el único extranjero que buscaba el sur. Una vez completado el trámite rutinario, me encontré completamente sólo, caminando por una carretera angosta. A mis espaladas se encogía una planicie (se encogía porque yo me alejaba, y lo que que

La inocencia de empezar

Que inocencia es esa de empezar. Aunque sea la duodécima vez que empiece, el intento necio, casi mecánico, involuntario, adolorido y empolvado. Casi terco. Que inocencia empezar y volver a empezar a sabiendas de que el camino está lleno de vicisitudes. Que inocencia y que fortuna, apreciar lo que tomaba por sentado. Esas pequeñeces de la vida, tan diminutas y sutiles, que sin ellas la vida no es vida, pero sólo cuando nos faltan las percibimos. Porque sólo después de las angustias, entendemos que es importante… … comer sentado, un plato caliente, con cubiertos, o con palillos, o con tortilla pero no con la mano pelada. Comer con calma, por amor y en compañía; comer sentado y no de cuclillas; no a la carrera y en el polvazal. Que comer es un momento mágico y quizás la forma más explícita de expresar amor. …bañarse como si fuera un ritual sagrado. Primero quitarse esa ropa sucia y maltrecha. Luego sentir el primer chorro de agua desaplomarse sobre nuestra cabeza y así, sentir c