Ahí va el tranvía otra vez, el 32. ¿Recuerdan que les había contado de un tranvía? Pero eso fue en otro lado, lejísimos de acá. Creo que no hay línea que conecte estas dos estaciones.
Pues sí, ahí va el tranvía otra vez. Es el mismo, estoy seguro de que es el mismo, solo que a este le falta un "3" en vez del "2" y los nombres de las estaciones son todos diferentes; hasta con otras letras. Aparte de eso, estoy seguro de que es el mismo, el mismo tranvía. Suena "bi-bi-bi" para avisarnos que vamos muy tarde. Suena "bi-bi-bi" para recordarnos que es mejor llegar un poco antes. También el sonido nos avisa que las puertas se van a cerrar (después, cuando alanza cierta velocidad, y pasa por una curva, hace estruendos horripilantes, como si estuvieran matando a un cerdo con un cuchillo).
Una vez que las puertas se cierran, no hay vuelta atrás. Quién quedó afuera, quedó afuera. Y los que quedamos adentro no tenemos otro destino que esperar hasta la siguiente estación. Es un mundo inexplicable. A los que le cerraron la puerta por incompetentes, por inútiles, por lentos, por no llegar cinco segundos antes les sobrecoge la angustia, se desesperan, se enojan. Escupen y putean por no entrar en el número 32 (olvidaron que pueden caminar, correr, volver a casa, tomar un burro, ver pájaros o, en última instancia, esperar el siguiente tranvía).
Pero si tan sólo hubieran llegado cinco segundos más temprano. Estarían tranquilos apretujados y prisioneros de una caja metálica, junto otro montón de prisioneros, todos negándose mutuamente. A veces me sorprende lo inmutables que somos, esa afonía humana que solo las máquinas saben disimular. El que logró entrar, esquivo, piensa:
"Veo rostros en el vagón, algunos casi siento que me miran también, pero no lo sé ¿Me estarán mirando? ¿Estarán pensando lo mismo que yo? Les miro y me emociona tremendamente pensar que tal vez sí; y que quizás pueda decirle a alguno – Hola, ¿Cómo estás? Me llamo tal y cual ¿te gustaría ir por una taza de café, o té a lo mejor? – Pero no, no pasa. Todos estamos ocupados, en esa aglomerada ausencia, ensimismados, rehusándonos. Hasta yo, otra vez tarde para dónde sea que voy, si hubiera llegado cinco segundos antes habría podido tomar el tranvía anterior, pero ya que, voy tarde, con frío y sin haber dicho una palabra, callando gritos ¿Me estarán mirando? ¿Pensarán lo mismo que yo?"
Pedro Acevedo.
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